Marzo / Abril 2014
Da Mihi Animas
Nosotras, como parte de la Familia Salesiana, llevamos en nuestro ADN aquella pasión apostólica que nos hace únicas, acogedoras, alegres, siempre dispuestas a apostarle a aquel “punto de acceso al bien”, enamorados de aquella santa herencia que nos transmitieron los Santos Fundadores: Don Bosco y la Madre Mazzarello.
Así me siento y reto a todos los lectores de estas páginas a que no sientan en sus venas correr aquella sangre que impulsa nuestro ánimo para hacernos gritar con un corazón lleno de orgullo: “¡Soy salesiano/a!”.
Acabo de participar, en el mes de enero, en las Jornadas de Espiritualidad de la Familia Salesiana y todo lo que viví ha sido un don de la bondad de Dios. Me sentí orgullosa de hacer parte de esta extraordinaria y diversa familia; cada quien con su riqueza, en medio de la unidad, con la marca indeleble que caracteriza nuestro modo de vivir la fe, recibida en el bautismo, y expresada a través del original carisma de Don Bosco.
En los ambientes salesianos, desde mi más tierna infancia, respiré la fascinación de una vida que busca el bien de los jóvenes, una vida gastada hasta el final de las fuerzas con tal de creer en los recursos internos de cada hombre.
Sentirse instrumento humilde, pero necesario y eficaz de la gracia divina para “ganar” almas para Dios, es la experiencia que estoy viviendo en estos momentos en Vietri sul Mare, en este oratorio, con los cohermanos salesianos que desde hace más de 18 años nos confiaron, a mi esposo, a mí y a otros salesianos cooperadores, esta obra.
A pesar de constantes y pesadas dificultades en esta experiencia de servicio, he confirmado la certeza de que cada joven expresa una necesidad inmensa de ser amado y de amar, es sensible a la atención personal, al cuidado individual y tiene necesidad de una auténtica relación humana que lo ayude a descubrir sus propios talentos y a creer en un futuro distinto y mejor.
He compartido con ustedes un pequeño capítulo de mi vida salesiana, lo hago con gusto porque sé que “nuestras historias” tienen en común el gran amor por Dios y la pasión apostólica por el bienestar de la juventud.
A propósito, hace algunos días, me alegré mucho cuando leí que nuestro Papa Francisco agradece enormemente la educación recibida durante trece años en el colegio salesiano; una educación que configuraba una verdadera “cultura católica” y que lo preparó para la vida.
¿No es hermoso saber que nuestro Papa es un jesuita pro salesiano?